Prólogo - Para no regresar JAMÁS
Para no regresar JAMÁS Mi destino quedó sellado cuando tenía solo ocho años. Esa misma niña era yo cuando tenía ocho años. Mi padre se había apartado unos instantes para saludar a uno de sus conocidos. Era una persona muy querida y respetada en nuestro pueblo, y había mucha gente que solía pasar y dirigirse a él con respeto, admiración y cercanía. Mientras se paraba a hablar, yo entré a la casa corriendo a través de la entrada de la cocina. Mi madre se asomó desde el recibidor y me sonrió cuando pasé, preguntándome qué estaba haciendo, pero Leo, mi hermano, comenzó a llorar y ella regresó al salón para atenderlo. Entretanto, cogí una zanahoria, la más pequeña de las que había en la cesta, y salí corriendo al jardín para colocársela al muñeco que había creado. La hundí en el medio de su cara, con cuidado, y le puse dos guijarros negros que servirían de ojos antes de apartarme y admirar orgullosamente mi obra de arte. —¡Es una maravilla! —Opinó mi padre a mi espalda, después de que...